No tenemos cadencia de pedaleo. Ni la conocemos, ni sabemos si existe realmente, o por el contrario es una conjunción de palabras hecha con el único pretexto de hundir en la miseria a un par de bikers petados en mitad de la subida al Cid.
La mole calcárea que vamos ascendiendo poco a poco, metro a metro, es una colosal muralla en la que conviven los más diversos hábitats, desde las parameras resecas de su vertiente meridional, hasta el bosque de carrascas henchidas de hiedras y otras trepadoras de su ladera Norte. Sus dos picos de 1.103 y 1.127 mts, no lo convierten ni de lejos, en el más alto de la comarca, pero su orgullo y soledad le confieren ese aspecto eminentemente atractivo para cualquier tipo de montañero, vaya en bici por sus trialeras, andando por sus senderos o agarrado a sus vías de escalada.
Escalando el Cid.
El caso es que en el justo momento en que nos pasan dos ciclistas paisanos nuestros, alzamos la vista y alcanzamos a comprobar que el cuarteto de delante está superando la Z del Cid. Mi colega no encuentra la pedalada, y yo procuro emancipar su mente contándole todo lo que me viene a la cabeza. Aunque no tenga sentido. Nos cruzamos con Juan, que baja por el mismo camino que subimos. “O este tío va sobrado, o ha pasado algo”. Hubiera preferido cien millones de veces lo primero. En fin, para desgracia de todos, nos abandona en mitad de la ascensión.
Nos reagrupamos de nuevo y nos volvemos a separar. El camino ahora en su recta final hacia los abismos que dan hacia el Mediterráneo, se hace casi insufrible. Pero del bosque rezuma un agradable aroma, compuesto por millones de gotas de agua que ayer cayeron con virulencia sobre estas montañas.
Llego arriba solo. Me da tiempo a enamorarme de nuevo de la terreta, y de cagarme en el espíritu rotero. Allí no hay nadie esperando al compañero petado. Llega el Bere y emprendemos la marcha. A los 200 mts me toca tragarme lo del espíritu rotero, allí están descojonándose. El punto erótico-festivo lo pone el Gotxo.
Recorremos el pedregal del cordal que une el Cid con la Silla. Paramos. Desde aquí no hemos pasado nunca. P’arriba, respiración entrecortada, fotaza, Jose que pasa como el mismísimo Tinker Juárez y se pega la subida de la mañana por un terreno con más piedras que la casquillera del Monte Coto.
Hora del almuerzo.
El almuerzo fue de los que se recuerdan a lo largo de la semana mientras curras. “Jose ese chocolate no está para comérselo, está para fumárselo”. La explosión de metano del rotero, suena hueca cuando cae sobre una piedra. Risas, “de estos me comía dos”.
El reguero de senderistas es incesante. Les choca nuestra presencia: “¿por allá váis a bajar?, mirad, yo subo dos veces por semana esa senda y nunca he visto ninguna bici…”. La afirmación, lejos de hacernos desistir de la empresa, enciende nuestro descojone general y nos da mayor altivez en la mirada. “Esta bajada no se nos escapa”, pensamos.
El paisaje a cada pedalada se hace más grandioso. Hay que vencer los últimos doscientos metros de desnivel. La subida es imposible, los senderistas reptan por ella, así que buscamos la alternativa que se nos presenta como un maravilloso sendero, más viejo que el casco del Juanaco, que hacemos a pelo, subiendo, bajando… hasta llegar al cordal y de ahí a la cima. El Bere, se ha quedado a poco de la cima, como en las grandes expediciones del Himalaya. A mi, la llegada arriba me sabe como si hubiera subido al mismísimo K2.
Fotos. Paisaje. Protecciones… trialera p’abajo!!!!!
La Senda.
Trialera pedregosa, carrasca, giro a la derecha, marcas de PRs, caretazo de senderistas, “sacar fotos hostias!!!”. El pulso se acelera, me toca la rueda trasera una desmelenada Specialized con unas ruedas que parecen los tubulares de la bici de Contador, pero que baja del copón!!!. Su dueño emite alaridos entre la sucesión de Zs, que el colega ha hecho del tirón, pese a que su burra esté especialmente diseñada para realizar “supermanes” en cualquier circunstancia.
Zona de losas bestial, atajo a base de pedrolos. Se acaba la solana y vamos a por la umbría. Fotazas ante las Penyes del Sol.
Paso chungo entre rocas. Mi corazón a mil. Una vez más vamos con la hora pegada al culo, la gente quiere cerveza y no para a inspeccionar la trialera y hacer de nuevo el paso. Ni siquiera se echan fotos.
La senda es un flipe. Los decibelios aumentan en el grupo, el Bere ejerce de Ot Pi, y se casca las curvas cerradísimas a izquierdas haciendo caballitos con la trasera. En una de las curvas, me paro, levanto los bravos y me sale un “ooooleeeeeeeeeee!!!”, correspondido por una sonrisa de oreja a oreja.
Hago todas las Zs a derechas, pero ni una a izquierdas.
La senda, húmeda, desciende 500 metros de desnivel en 3,5 kms, gradualmente, de curva en curva, sin degradar el medio. “No derrapéis!!” grita el Bere, “coño pues al Secre la rueda trasera no le gira”, le contesta alguien.
Preocupante ruido del disco trasero que me da cierta inseguridad, aun así, vuelve a mi el espíritu “últimos días de la Sunn”, que parecía perdido, y la sonrisa no me la saca ni Dios de mi cara.
Fotos uno a uno. ¿Qué ha sido ese ruido de piedras en el canchal?. Sale Óscar de entre las carrascas, después de un recto im-presionante. Huevo en una rueda trasera de muchos kilates por el impacto. Gajes de oficio, nada que no cure el betadine.
Seguimos. Después de algunas Zs más, la senda se convierte en un slalom en el que debes sortear unas decenas de finos troncos de altos pinos. Y llegamos, echando humo por los discos, riéndonos como niños y mirando hacia arriba viendo de dónde venimos.
El subidón adrenalínico del descenso nos va a durar toda la semana. La senda de la Silla del Cid, jamás bajada por rots, se ha convertido en LA SENDA, así, con mayúsculas.
Media hora más tarde entre jarras de clara de limón, comentamos que hay que repetirla, para que la caten los que hoy no han podido salir con nosotros, pero guardar el secreto, no vaya a ser que se pete.
De todas formas, la senda, permanecerá oculta a los ojos de la mayoría de los bikers, por su difícil acceso y sus orgullosas y desafiantes paredes.
Que así sea.